viernes, 6 de octubre de 2017

COLOQUIO ENTRE IGUALES

Se atribuye a Bernard Shaw aquello de que lo único que aprendemos de la historia es que el hombre nunca aprende nada de la historia. Colombia ha sufrido en cada momento los errores de no entender los procesos de regionalización o la autonomía regional.
Una de las realizaciones más importantes, y frustrantes, ha sido la puesta en marcha del ordenamiento territorial que estableció la Constitución Política. El espíritu de los constituyentes se concentró en buscar criterios sólidos para proponer una mejor organización del territorio, más acorde con realidades históricas, culturales y sociales.
En estos días el debate mundial se ha centrado en la intención de separación de la comunidad autonómica de Cataluña. España tiene un sistema de gobierno alrededor de una monarquía constitucional que se desarrolla bajo un Estado regional, a diferencia de lo que conocemos como Estados federales o sistemas presidencialistas.
Mientras los catalanes insisten a través de los mecanismos democráticos en su separación, echando un vistazo al caso colombiano, luego que se tramitara la iniciativa para implementar las Regiones Administrativas de Planeación, RAP como institución jurídica establecida por el Congreso de la República, varios de los gobernadores de la región Caribe quedaron desinflados por la carta centralista que raudo expidió el ministro de Hacienda, Cárdenas.
Como quien dice, le cortó las alas al ánimo de integrarse sin que aún el esfuerzo territorial tenga las reglas claras para cada uno de los siete departamentos.
En Colombia no se le para bolas a las regiones -solo en elecciones- y en la medida que la miran, en muchas ocasiones, es para estigmatizarlas o intervenirle sus unidades ejecutoras tal como ha sucedido en algunos departamentos entre ellos La Guajira con la educación, salud y PDA (Plan Departamental de Agua).
La autonomía que hace décadas reclaman las provincias de Colombia, se debe no sólo al abandono de los gobiernos centrales sino a la falta de interpretación de las necesidades locales que difícilmente se entienden desde un frío escritorio bogotano. La discusión debe partir en cómo hacer frente a esa dualidad administrativa y económica entre el centro y las costas. En los diferentes foros o debates que se han programado por estos días, se deben llevar posiciones antagónicas jurídicas y técnicas donde se evalúen ambos escenarios.
La RAP per se no me parece mala, ya que nacería bajo un cuadro de fragmentación de la región Caribe y en este sentido articularia una organización de concertación política, pero al mismo tiempo justificando dentro de esos espacios de diálogos, sus bondades para cada uno de los entes territoriales que la integren.
Hay que centralizar la política y descentralizar la economía; ha llegado el momento de una auténtica descentralización administrativa del gobierno nacional tal como lo establece el artículo 1° de la Constitución Política, sin que ello conlleve salir de la asfixiante Bogotá para meternos en Barranquilla. El coloquio debe darse entre iguales ya que este es un país de regiones con comportamientos centralistas y punto.
No es posible con ejemplos tan sencillos, que una licencia marítima o las decisiones sobre puertos se dé a 2.600 metros sobre el nivel del mar y no en las costas.

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Roger Romero Pinto

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