
Mientras se es joven se cree que beber tragos, drogarse, andar en pandillas
es lo máximo para sobresalir ante los demás. A nuestros padres los miramos como a unos intrusos que no nos comprenden
y quieren limitar nuestras acciones, por eso formamos una barrera infranqueable
para así poder hacer lo que se nos antoja y cuando queremos reaccionar estamos
en la cárcel, perdidos en el alcohol y la droga, en muchos casos se pierde la
vida sin haber vivido y mucho menos, haber conocido la felicidad.
Cuando llegamos a adultos, que ya maduramos, nos damos cuenta del daño que
le hemos ocasionado a nuestros seres queridos y nos avergonzamos por haber sido
tan inconscientes y no haber brindado amor, confianza y amistad sincera.
Es entonces cuando sentimos remordimientos y muchas veces lloramos a solas,
renegando el haber sido tan inútil, nos damos cuenta que hemos sido como la
chicharra que demora muchos años para llegar a ser adulta y muere reventada a
las pocas horas de llegar al mundo.
Esto no es vivir, duele reconocerlo, pero
es la verdad. Para ser feliz es necesario estar bien con Dios y consigo mismo.
Cuando esto sucede, se vive a plenitud, con gozo y alegría y si ocurre lo
contario, se vive en un infierno, la conciencia nos acosa con sus acusaciones,
el rechazo y desprecio que recibimos de nuestros familiares y amigos, es el
castigo más horrible que un ser humano puede soportar.
Hay muchas personas que no soportan esta situación y se entregan a la
perdición. Otros se matan, muchos se
vuelven locos y muy pocos lo asimilan.
Todo ser humano comete errores, nadie es
perfecto, pero muchos hemos sobrepasado la barrera de lo normal y debido a
nuestra conducta es que somos juzgados. Pero como el hombre siempre trata de
justificar su mala conducta, reincide, y permanentemente causa tristeza y dolor
en su entorno y muchas veces somos considerados aves de mal agüero con
justificada razón.
Cuando somos adulados por nuestros amigos, nos creemos el “putas” y si
somos amados por varias mujeres nos creemos el chacho de la película. Cuando nos rechazan y somos engañados por ellas,
actuamos como fieras, insultamos y hasta matamos porque hirieron nuestro
orgullo.
Esto que hoy escribo es un mensaje para los jóvenes y mayores para que
pensemos y analicemos nuestra conducta y tratemos de corregirla si no andamos
bien, que conjuguemos el verbo amar y aportemos nuestro grano de arena para
vivir en paz y armonía.
A los jóvenes quisiera pedirles que reflexionen y lleven una vida sana,
apartados del alcohol y las drogas, que estudien, practiquen deportes, que amen
y respeten a sus padres, que aprecien a sus amigos y sean solidarios con sus
vecinos.
A los mayores les digo que nosotros somos hoy el reflejo de lo que serán
nuestros hijos en el mañana. Por eso,
debemos sacrificarnos para servirles de modelo y ejemplo a nuestros retoños. Ha
llegado el momento de brindarles amor y amistad, respeto y cariño.
A los que como yo, hemos sido ovejas descarriadas les digo que no hay cosa
más dolorosa que la indiferencia y rechazo de un hijo.
Roguémosle a Dios para que con su
misericordia nos ayude a levantarnos de las cenizas igual que el ave fénix y
así poder reivindicarnos ante nuestros hijos y la sociedad. Dios nos bendiga y
hasta la próxima.
por: Hermes López Deluque