El pasado 25 de agosto
leí con cierto grado de asombro un despliegue que la prensa nacional hacía a la
estrategia de implementar invernaderos para cultivar productos en una comunidad
indígena de la Alta Guajira, el argumento expresado por el director de la
Agencia de Tierras, Miguel Samper, consistía en afirmar que con estas medidas
se buscaba erradicar la desnutrición infantil que padecen estas comunidades.
Frente a la grave
crisis económica y social que vive el departamento reflejada en la hambruna,
los altos índices de desempleo y la extrema pobreza, pensé nos están tomando el
pelo, o esto es una cortina de humo para simular acciones ante las altas cortes
nacionales e internacionales que a través de sus fallos le vienen solicitando
al gobierno de Juan Manuel Santos que atienda la situación relacionada con el
fallecimiento de los niños wayuu por desnutrición.
La escena es
grotesca desde cualquier punto de vista pues denota la falta de seriedad del Gobierno Nacional para
abordar un problema de pobreza y hambruna que hoy se vive en la totalidad del
territorio guajiro, como si se tratara de un problema menor o una situación
aislada la muerte de nuestros niños.
Ante esto sería
mejor no pensar que las autoridades locales sucumben con su silencio cómplice
por temor al agravio de estos ilustres visitantes de la alta sociedad bogotana,
pues de ser así la esperanza es ninguna para esas inermes criaturas y sus
familias, si se tiene en cuenta que los invernaderos por definición son
utilizados para proteger las plantas del frío y la lluvia, no es posible
entender entonces como en una región con un clima que supera los 40 °C de
temperatura el gobierno nacional haga una inversión de 1.060 millones de pesos
para consolidar un engaño en las comunidades con la falsa promesa que una
técnica inaplicable en este sector del territorio constituya una redención para
la seguridad alimentaria de todo un departamento. Puro cuento chino.
A grandes males
grandes remedios, debería ser la consigna empleada por los guajiros y sus
autoridades para evitar acciones cosméticas que no aminoran la crisis y que
solo sirven para que los funcionarios se pavoneen con la dirigencia local, se
vean bien en los periódicos y las redes sociales.
La Guajira es un
territorio agrícola por naturaleza, somos un departamento con una extensión
territorial de 20.848 kilómetros cuadrados, somos diez veces más grande que el
Quindío y con una extensión similar a la de Boyacá y Cundinamarca, al igual que
nuestra condición multiétnica la naturaleza nos premió con un relieve diverso
donde podemos encontrar todo los pisos térmicos con elevaciones desde el nivel
de mar hasta los 5.000 metros de alturas en las cumbres de la Sierra Nevada.
Para mencionar unas de nuestras múltiples fortalezas del sector agrario como
renglón económico estratégico y productivo para salir de la crisis.
Para el gobierno no
es un secreto las realidades que se viven en el campo guajiro y sus comunidades,
así lo corroboran las cifras del último censo agropecuario, el departamento
cuenta 1’191.309 de hectáreas para uso agropecuario de las cuales 732.454 la
constituyen áreas de rastrojos, muestra ineludible que se necesitan
intervenciones de fondo en todas las etapas de la cadena productiva,
infraestructura para el acceso al agua, vías, asistencia técnica,
financiamiento y la apertura de nuevos mercados que aseguren al productor la
comercialización de sus productos.
Queda claro que
esto no se resuelve con acciones paliativas, se requiere de la participación de
los tres niveles de gobierno, conscientes y con la determinación de coadyuvar
al desarrollo del departamento que nos permita una reducción ostensible de
nuestros indicadores de pobreza y desempleo, garantice el acceso alimentario de
nuestras comunidades y genere mejores condiciones de vida para los empresarios
del campo.
escribió:
Jhon Jairo Cataño