Es innegable el
profesionalismo, idoneidad y probidad de la gran mayoría de fiscales, jueces y
magistrados. Tampoco se discute que las indelicadezas de algunos mantienen en
la actualidad a su majestad, en el pico histórico de desprestigio y
desconfianza.
Casos recientes,
como el fiscal Anticorrupción y tres exmagistrados de la honorable Corte
Suprema de Justicia. Sumado, al que se creía el más grave caso de corrupción de
un miembro de la Corte Constitucional en estudio de la Corte Suprema, hacen
pensar que en nuestro querido país del Sagrado Corazón de Jesús los reiterados
y sucesivos escándalos en todos los niveles del aparato estatal son apenas la
punta del iceberg.
Históricamente, se
ha venido hablando de corrupción en el ejecutivo y legislativo.
Excepcionalmente, el judicial. Empero, la realidad es que la corrupción en
Colombia es genérica. Expresión de quien funge como presidente de la Republica
cuando ejercía oficios de periodista.
La propuesta de
revivir el Tribunal para Aforados, en remplazo de la famosa Comisión de
investigación y Acusaciones de la Cámara de Representantes se debe que esta
durante más de 40 años de todos los procesos que ha abierto contra -presidente
de la República, fiscal general, magistrados de las altas cortes- solo uno ha
terminado en condena: el del general Gustavo Rojas Pinilla. Que como se
recordará fue absuelto posteriormente por la Corte Suprema de Justicia.
Siempre se ha dicho
que, la inoperancia de la Comisión de Investigaciones y Acusaciones de la
Cámara de Representantes es por su origen eminentemente político. Así fue
concebida, para que las faltas cometidas por los altos funcionarios aforados,
no tuvieran castigo. Sume a lo anterior, que sus integrantes no son abogados. O
sea, políticos operadores de justicia, no pega.
Sin embargo, con
los reiterados escándalos al interior de la Rama Judicial del poder público,
los más recientes, fiscal Anticorrupción y tres exmagistrados de la Corte
Suprema de Justicia, ponen en entredicho público que ser magistrado es la
cúspide de la carrera y esta investidura posee el aura de haber sido ocupada
por los mejores juristas del país, en idoneidad profesional y ética pública.
Pero la realidad indica otra cosa. Tampoco podemos poner en el asador público a
quienes con honradez, profesionalismo y decoro han puesto en alto el nombre de
su majestad: la justicia.
Frente a la ineficacia
e ineficiencia de la Comisión, han sido muchos los intentos por eliminarla pero
todos, absolutamente todos han sido hundido. Debido que los altos funcionarios
por debajo del escritorio han intrigados para que dicha iniciativa no prospere
y así continuar reinando, bajo la modalidad de concierto para delinquir. Es lo
que al parecer está sucediendo. Te ayudo y me ayuda. Reflejada en la ya famosa
y perversa silla giratoria.
Así las cosas, creo
que la eliminación de la Comisión por el Tribunal de Aforado, seguramente sería
el remedio peor que la enfermedad. Los hechos en su majestad la justicia son
evidentes. En Colombia, tenemos una generalizada conversión de valores que
requieren no solo de los abogados brillantes de las mejores universidades con maestrías
y doctorados en Harvard y Sorbona, inclusive. Sino también, mujeres y hombres
de impecable comportamiento personal, familiar y social.
A principio de año
conocí de un padre de familia de un colegio de gran reputación de la ciudad
que, otro, para que su hijo fuera elegido personero escolar, ofreció a los
estudiantes perro caliente con gaseosa. Eso no debe permitirse. Es como crear
la criatura que a futuro sus prácticas tanto en la vida privada como pública
seria como las comentadas en el presente artículo y es lo que no permite que
Colombia sea un país de iguales, sin violencia y sin corrupción.
Luego entonces,
estamos en mora de implementar políticas públicas en el sistema educativo, para
que, desde el hogar, la primera infancia en jardines infantiles hasta la educación
superior de alto nivel (especialización, maestría, doctorado), además de la
enseñanza disciplinaria, repasar la urbanidad de Carreño, para rescatar
valores, buenos modales y respeto a lo público, que tanto se ha perdido y
cuanta falta hace.
Adenda única: las
palabras del Papa son sabias, pero no resuelve la crisis de valores que
destruye la sociedad colombiana. Se requiere, reconocimiento y voluntad de
cambio si queremos realmente vivir en un país en paz.
escribió:
Ignacio Escudero Fuentes