sábado, 9 de septiembre de 2017

CUANDO SE PUTIÓ LA JUSTICIA?

Es innegable el profesionalismo, idoneidad y probidad de la gran mayoría de fiscales, jueces y magistrados. Tampoco se discute que las indelicadezas de algunos mantienen en la actualidad a su majestad, en el pico histórico de desprestigio y desconfianza.
Casos recientes, como el fiscal Anticorrupción y tres exmagistrados de la honorable Corte Suprema de Justicia. Sumado, al que se creía el más grave caso de corrupción de un miembro de la Corte Constitucional en estudio de la Corte Suprema, hacen pensar que en nuestro querido país del Sagrado Corazón de Jesús los reiterados y sucesivos escándalos en todos los niveles del aparato estatal son apenas la punta del iceberg.
Históricamente, se ha venido hablando de corrupción en el ejecutivo y legislativo. Excepcionalmente, el judicial. Empero, la realidad es que la corrupción en Colombia es genérica. Expresión de quien funge como presidente de la Republica cuando ejercía oficios de periodista.
La propuesta de revivir el Tribunal para Aforados, en remplazo de la famosa Comisión de investigación y Acusaciones de la Cámara de Representantes se debe que esta durante más de 40 años de todos los procesos que ha abierto contra -presidente de la República, fiscal general, magistrados de las altas cortes- solo uno ha terminado en condena: el del general Gustavo Rojas Pinilla. Que como se recordará fue absuelto posteriormente por la Corte Suprema de Justicia.
Siempre se ha dicho que, la inoperancia de la Comisión de Investigaciones y Acusaciones de la Cámara de Representantes es por su origen eminentemente político. Así fue concebida, para que las faltas cometidas por los altos funcionarios aforados, no tuvieran castigo. Sume a lo anterior, que sus integrantes no son abogados. O sea, políticos operadores de justicia, no pega.
Sin embargo, con los reiterados escándalos al interior de la Rama Judicial del poder público, los más recientes, fiscal Anticorrupción y tres exmagistrados de la Corte Suprema de Justicia, ponen en entredicho público que ser magistrado es la cúspide de la carrera y esta investidura posee el aura de haber sido ocupada por los mejores juristas del país, en idoneidad profesional y ética pública. Pero la realidad indica otra cosa. Tampoco podemos poner en el asador público a quienes con honradez, profesionalismo y decoro han puesto en alto el nombre de su majestad: la justicia.
Frente a la ineficacia e ineficiencia de la Comisión, han sido muchos los intentos por eliminarla pero todos, absolutamente todos han sido hundido. Debido que los altos funcionarios por debajo del escritorio han intrigados para que dicha iniciativa no prospere y así continuar reinando, bajo la modalidad de concierto para delinquir. Es lo que al parecer está sucediendo. Te ayudo y me ayuda. Reflejada en la ya famosa y perversa silla giratoria.
Así las cosas, creo que la eliminación de la Comisión por el Tribunal de Aforado, seguramente sería el remedio peor que la enfermedad. Los hechos en su majestad la justicia son evidentes. En Colombia, tenemos una generalizada conversión de valores que requieren no solo de los abogados brillantes de las mejores universidades con maestrías y doctorados en Harvard y Sorbona, inclusive. Sino también, mujeres y hombres de impecable comportamiento personal, familiar y social.
A principio de año conocí de un padre de familia de un colegio de gran reputación de la ciudad que, otro, para que su hijo fuera elegido personero escolar, ofreció a los estudiantes perro caliente con gaseosa. Eso no debe permitirse. Es como crear la criatura que a futuro sus prácticas tanto en la vida privada como pública seria como las comentadas en el presente artículo y es lo que no permite que Colombia sea un país de iguales, sin violencia y sin corrupción.
Luego entonces, estamos en mora de implementar políticas públicas en el sistema educativo, para que, desde el hogar, la primera infancia en jardines infantiles hasta la educación superior de alto nivel (especialización, maestría, doctorado), además de la enseñanza disciplinaria, repasar la urbanidad de Carreño, para rescatar valores, buenos modales y respeto a lo público, que tanto se ha perdido y cuanta falta hace.
Adenda única: las palabras del Papa son sabias, pero no resuelve la crisis de valores que destruye la sociedad colombiana. Se requiere, reconocimiento y voluntad de cambio si queremos realmente vivir en un país en paz.

escribió:
Ignacio Escudero Fuentes

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