Salta hombre hacia la mano del hombre, que es el
más alto salto”
Jorge
Zalamea B
Al rubricar
el documento contentivo
del acuerdo del cese
al fuego y de hostilidades bilateral
y definitivo y su apretón de
manos como gesto
del compromiso de cumplirlo por las dos partes contendientes, el presidente Juan Manuel Santos y el
comandante en jefe de las Farc Rodrigo
Londoño, alias Timochenco, han dado el más alto salto para bien de Colombia y de los colombianos, al ponerle
fin a una confrontación armada que data
más de 5 décadas.
Los
colombianos podemos ahora decir, parodiando al Quijote, que ni el bien ni el mal
son duraderos y siendo que esta guerra cruel y
cruenta había durado tanto la paz está cerca de alcanzarse, dejando atrás para siempre la guerra con todos sus
horrores.
Es bueno
recordar que Colombia y los colombianos hemos pagado un alto precio por esta
guerra absurda que hoy empieza a llegar a su fin: más de 200 mil muertos, 7.6 millones
de víctima registradas, sólo desde 1985 y
lo acaba de decir Acnur, Colombia registra el mayor número de desplazados
internos a causa de la guerra, con 7 millones de campesinos desterrados y
desarraigados de su terruño. A lo largo
de este año y medio durante los cuales se ha cumplido la tregua unilateral
dispuesta por parte de las Farc el 20 de diciembre de 2014, con algunas
interrupciones, el alivio que han sentido los colombianos los ha llevado a
constatar que lo contrario de la guerra no es la seguridad, como le han querido hacer creer,
sino la guerra.
Se han podido persuadir, además, de que no hay
guerra buena ni paz mala! Después de cinco
intentos frustráneos, gracias al
empeño y al empecinamiento del presidente Santos, después de tres largos años
de esfuerzos, de altibajos en la negociación, con amagos de ruptura, de escepticismo paralizante, se logró dar este
paso histórico, marcando un hito sin precedentes y de la mayor importancia, de
un antes y un después de este 23 de junio. No ha habido en los últimos dos siglos
una noticia más importante para los colombianos que la suscripción de este acuerdo, tras el cual expresó
sin ambages alias Timochenco “que este sea el último día de la guerra”.
EL MEJOR
ACUERDO POSIBLE
Lo había dicho
premonitoriamente nuestro laureado García Márquez, apóstol de la paz, “nos
sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender
la creación de la utopía contraria” a la
guerra y a la destrucción. Y la aspiración de todos los colombianos ha sido la
misma de él, hacer de la paz “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde
nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir…donde las estirpes
condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda
oportunidad sobre la tierra”.
La política es
el arte de lo posible y a través de este acuerdo se le está dando una salida política
a un conflicto armado y para arribar al
mismo fue indispensable ceder de parte y parte, dado que no se trata ni
de un armisticio ni de un sometimiento o capitulación, que sólo se dan cuando
una de las dos partes es derrotada y
este no es el caso. Las bases sobre las
cuales descansa este acuerdo son la verdad, la
justicia y la reparación, esas fueron las líneas rojas que desde que
sentaron a la mesa de las negociaciones trazaron los negociadores del Gobierno,
encabezados por el hábil y avezado negociador Humberto De la Calle. Son muy
dicientes las palabras de Eamon Gilmore, enviado especial de la Unión Europea para
el proceso de paz en Colombia y nada menos
que exministro de Irlanda, cuando afirmó de manera categórica que “el acuerdo
que se está negociando en La Habana con las Farc es mejor que el realizado hace
18 años en Irlanda”. De allí el gran apoyo
que se ha granjeado de parte de la comunidad internacional, encabezada por el secretario
General de las Naciones Unidas Ban Ki–Moon, a este proceso, no se puede
entender de otra manera.
Ahora bien,
con la firma de este acuerdo se despejó el camino y ahora estamos en la ruta
crítica para el cierre del ciclo de las negociaciones y se abre otro ciclo que es el de la
implementación del mismo. Esta ímproba tarea no es menos compleja y difícil que
aquella. El fiel cumplimiento de lo acordado es la premisa para que no nos
veamos abocados al fracaso del mismo, como
ha ocurrido en tantos otros países. De 646 acuerdos de paz firmados en 85
países entre 1990 y
2007 más de la
mitad de ellos han terminado en el más rotundo fracaso antes del primer lustro de
haberse firmado. Tenemos que evitar a
toda costa que ello ocurra en Colombia, que no puede repetir la fatídica historia de las guerrillas liberales
de los años 50, lideradas por Guadalupe
Salcedo, que después que depusieron sus armas creyendo en las promesas del Estado que amnistió a sus integrantes este les falló. Tampoco se puede reincidir en
lo acaecido con la Unión Patriótica, cuya militancia fue objeto de exterminio
colectivo sin que el
Estado moviera
un solo dedo para evitarlo. Así no se construye confianza, por el contrario,
estos hechos se erigen como uno de los principales obstáculos que hay que
salvar para aclimatar la paz.
¿QUÉ SIGUE
DESPUÉS DE LA FIRMA DEL ACUERDO?
La firma del acuerdo
que le pone fin al conflicto armado entre el Estado y las Farc no es el punto
de llegada, más bien debe de servir de punto de partida para las grandes transformaciones
económicas, sociales y políticas que deberán darse en la construcción de la
paz, que no vendrá por añadidura. Bien lo dijo Albert Einstein, “locura es
hacer lo mismo una y otra vez y
esperar resultados diferentes”. Se impone un cambio, el que ha sido largamente
represado y aplazado, lo demanda no sólo
la guerrilla de las Farc, lo demanda el país nacional, para que tengamos un
país más justo, más equitativo, más incluyente y con mayor cohesión social. Se
ha dicho por parte del Alto Comisionado para la Paz Sergio Jaramillo que la paz
es territorial y no es para menos, pues es en el territorio en donde ha estado
el epicentro del conflicto armado, por ello la paz debe construirse desde los
territorios y no desde los escritorios de la burocracia centralista. Y para ello es fundamental la presencia del
Estado y el fortalecimiento de la enclenque
institucionalidad, empezando por los partidos políticos, que tienen el reto de recobrar la confianza
perdida, única manera de ganar en gobernanza.
Finalmente,
para allanar el camino de este largo camino que
habremos de recorrer hasta alcanzar la paz y la reconciliación es
absolutamente indispensable añadir al cese al desarme de las Farc el desarme de los espíritus.
Concomitantemente
con el proceso de las negociaciones en La Habana se ha venido dando una
polarización cada vez mayor entre quienes lo compartimos y apoyamos y quienes
lo rechazan y atacan, dando lugar a una
verdadera hiperestesia colectiva nada edificante. Es entendible que alrededor de un tema tan
contencioso como este se despierten pasiones encontradas, está bien que se tramiten
las diferencias políticas e ideológicas en torno al mismo; lo que no está bien
es que el debate no se dé con apego a la verdad, a los hechos y sin recurrir a la descalificación del
contradictor por el
simple hecho de
serlo. El llamado a tirios y
troyanos es a la mesura, a la cordura, a
la sensatez, a la serenidad y a deponer la animosidad, el odio, la sed
de venganza, que son tan malas consejeras. La paz es el bien supremo de la Nación y hoy que la tenemos al alcance
de la mano no la debemos dejar escapar por simples mezquindades.
por: Amylkar Acosta Medina