domingo, 21 de agosto de 2016

LA GUAJIRA ES EL CHIVO COJO

Empecemos poniéndonos de acuerdo entre nosotros los guajiros. Lavemos primero los trapitos en casa: Es cierto que aquí se han dado malos manejos y se deben enderezar muchas cosas. 
Es cierto que hemos cometido graves errores de elegibilidad, de gobernanza y de visión política. Pero de entrada, hagamos también la claridad respecto a que La Guajira ni fue la inspiradora de la corrupción, ni es el epicentro de la descomposición en Colombia. 
Digámoslo con las palabras que acaba de escribir un periodista de Cali, en el diario El País: “la mermelada se la inventaron en un ministerio, no en una ranchería”. 
El primer gran problema que está revelando la crisis guajira es que el estado colombiano no ha podido zanjar las distancias demarcadas desde los albores de La República, entre sus centros de poder y las realidades de sus provincias y fronteras. 
Particularmente La Guajira ha sido víctima de ese desajuste, en cuanto a sus habitantes, que aprendieron a sobrevivir a su manera y sin intervención del gobierno central, a través de los tiempos le ha correspondido enterarse de la existencia del Estado cuando éste le ha mostrado su cara gruñona y su mano larga: la represión, la prohibición, la agresión, el despojo y la demonización de la identidad guajira, de la diferencia, de la otredad. 
Los mandatos constitucionales que hablan de autonomía y de participación, siguen siendo letra muerta. El centralismo y el telecrático ejercicio del poder santafereño, hace que la distancia sea cada día más grande, como dice la canción. Nunca la élite estatal ha podido conocer y menos reconocer las particularidades regionales, lo que lleva a equivocar los caminos a la hora de enfrentar las problemáticas locales. 
Se equivocaron los españoles y los primeros gobernantes republicanos al enviar tropas para someter a los nativos guajiros. Se equivocaron los gobernantes que enviaron gendarmería aduanera para acabar con el centenario contrabando en territorio de La Guajira. 
Se equivocó el gobierno nacional cuando envió las brigadas antinarcóticos (las carniceras abejas africanas) para arrasar la marihuana en tiempos de la Bonanza Marimbera. Todas esas misiones sirvieron más para oficializar, cualificar y jerarquizar los saqueos y las unturas de los peajes venales, que para acabar con las actividades objeto de sus persecuciones. 
Por el contrario, se ganaron el odio de la población, una repulsión extensiva hacia el gobierno que representaban. Lo nuevo es el estruendo mediático que trapea con la dignidad de La Guajira y declara que en este territorio está la cueva de Ali Babá. 
Aprovechando la caída de la gobernadora, el Gobierno Nacional exclamó el mágico ¡Ábrete Sésamo!, y encargó el Departamento al paisa Jorge E. Vélez, con la misión de aconductar a los nativos de esta tierra. 
La estereotipada percepción centralista, igual que la de hace 200 años, es que el guajiro es un pueblo díscolo, corrupto, sin Dios ni ley, al que hay que doblegar a los garrotazos. Por eso, para la tarea de “poner esto en orden”, fue escogido el individuo que mejor pudiera interpretar a una especie de matón de barrio, que grite, que insulte, que amenace, que infunda miedo, que se muestre dispuesto “pa’ lo que sea”. 
Así, con toda la coraza que sus andares le han encimado, con casco, con pecheras, con máscara, con botines y espuelas, Vélez entró a territorio guajiro vociferando y desafiando como los guapos y brabucones de los viejos tiempos. 
Y junto con él, todo el aparato estatal, no en plan de aportar soluciones a los problemas estructurales de esta región, sino a desmontar los rebusques y los plantes de sobrevivencia de la gente, sin ofrecer alternativas, como por ejemplo, las que se negocian con los cultivadores de coca.
¿Porqué, a cambio, no se estimula la entrada de capital privado que haga empresa? ¿Porqué, junto con el envío de los fiscales especiales, no se hacen aportes presupuestales especiales o inversiones que generen empleo? No, nada de eso. 
Lo que hay es una intervención pro-hambre. Lo que la hoja de ruta está marcando es la repetición del matoneo mediático con el cual se deslegitimaron los derechos de percibir regalías directas, un asalto enmascarado con el grito y poder devastador de la prensa nacional: ¡Ese es! ¡Cójanlo! ¡Cójanlo! 
De esta manera, lo que nos queda es cantársela en voz alta al gobierno, en coro con Romualdo Brito: “Entonces, cuál es la vaina… el gobierno no da nada y nos censura por lo que hacemos… lo que nos da es mala fama por sus periódicos embusteros… nos manda la mala plaga y se lleva lo bueno que tenemos”. 
Lo desolador de estos montajes es que algunos guajiros caen en la trampa de aplaudir desprevenidos esas perversas estrategias centralistas, en actitudes que revelan poca autoestima y mucho entreguismo, poca malicia y mucha ingenuidad. 
No se han dado cuenta que esta avasalladora campaña se ha exagerado tanto que ya huele a cortina de humo. Que esa localizada cacería de corruptos se parece a la que hacen los animales depredadores cuando le ponen el ojo a la presa más fácil, al miembro más débil de la manada, al chivo cojo… sobre todo, si tiene “mancorna” mineral. 

EL PUNTAZO. 
Propongo que, con los palabreros wayuu a la cabeza, se envíe la palabra al gobernador Jorge E. Vélez, como reclamo por las ofensas inferidas a los guajiros. Y que en predios del palacio de La Marina, se instale un Consejo Ciudadano de Dignidad, que espere “la contesta” (sic).

INDEMNIZACIÓN. 
El cobro se fija así: Un billón de pesos en inversiones, mil (1.000) chivos blancos y cincuenta (50) collares de perlas. En la audiencia de demanda, Vélez deberá responder estos puntos, extensivos a sus superiores jerárquicos: 1- Auruja. Porqué califican de apátridas y corruptos a los guajiros. 2- Punaa mata. Cuándo serán convocadas las elecciones, pero para que él se vaya. 3- Kainjarra. Que digan si los votos de los bandidos sirven, sí o no, para el plebiscito de la paz.

por: Ángel Acosta Medina

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