jueves, 15 de mayo de 2014

Monotonía sobrevive en territorio fronterizo

Su rítmico andar poca importancia despierta cuando se les atraviesa  en el trayecto a un prójimo cualquiera, son dueñas de la vía, tanto que ver una vaca en la zona comercial de Maicao en la actualidad hace parte del rutinario mobiliario público.
A ellas nadie las molesta, deambulan junto a las enconadas chazas de las aceras, se abren paso entre ansiosas carretillas, que esperan ser contratadas para llevar aunque sea una pequeña carga y ganarse unos pesos que sirvan para salvar el día; caminan orilladas como si escaparan a la furia de los viejos taxis.
Muy atrás quedan aquellos afanados compradores al por mayor y turistas, quienes atravesaban de un lado a otro la zona comercial de la ciudad, tratando de obtener un mejor precio, ese Maicao, municipio ubicada en la frontera norte de Colombia, era para muchos la solución a sus problemas económicos o su más normal forma de sustento.  
Allí se fusionaban los mercaderes, quienes conseguían la mercancía más barata que en el resto del país y hasta en la misma Venezuela, permitiéndoles llevársela a los lugares de donde provenían logrando sacar muchas ganancias.
Hoy las multitudes de compradores se han perdido de las calurosas calles, solo transitan los semovientes sin ninguna perturbación como verdaderas amas de las vías, que abandonan su corral y regresan a ellos en la noche para dormitar.
Es lo mismo de mañana o de tarde, el paisaje se repite una y otra vez, poco importa sea un lunes, un miércoles, o que decir un viernes, de todos modos la imagen cae en una repetición dando la impresión que es la misma película realizada por un cineasta, que cansa la vista, y lo peor de esa escena recalcada, es una obligada continuidad sin esperanza de cambio, pareciendo que el control remoto se perdió impidiendo cambiar el canal.
Aunque no hay pastizales cercanos, a ellas poco interés les despierta esa clase de necesidad para subsistir, porque se adaptaron a una forma de alimentación distinta, que logran removiendo entre la basura, hasta encontrar algún bocadillo delicioso.
Hace algunos años despertaban la curiosidad y hasta había quien protestará en la radio o hablando con fuerte voz, sentando su protesta para que todos lo escuchara ¡El alcalde no hace nada para que estos animales estén encerrados, donde deben estar!. Hasta algunos intrépidos se resolvieron a esgrimir la tesis que espantaban a los clientes.
Pero el ganado vacuno solo produjo pequeñas incomodidades, en aquellas épocas; porque Maicao con su prolifero comerció se fue agotando, pero la causa fueron otras muy diferentes, no los causaron las vacas; quedando irrefutable en el asador la cruda realidad: los mercaderes se perdieron de sus calles, confirmándose en la actualidad que el temido susto lo provocaron otros peones de bregas, quienes retiraron a los tan necesarios compradores al por mayor de las arterias de Maicao.
Estas reses en ocasiones saborean una deliciosa hierba tierna, que nace entre las juntas del pavimento de calles, carreras y andenes, recibiendo un grandioso manjar que les produce una incomparable e irrefutable momentánea felicidad.  
Pero quienes perdieron su entusiasmo, son los libaneses, riohacheros, uribieros y los mismos maicaeros ante tan desolador panorama. Al esfumarse los compradores, las vacas son el menor de los problemas, quedando en el devenir cotidiano la perdida en algunos momentos de la concebida fuerza para espantar a los rumiantes, quienes siguen con su pasividad recorriendo todo el espacio público desocupado.

Escrito por: Wilfrido Vargas Niño
Fotos: Franklin De los Ríos
mayo 2014


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