Su rítmico andar poca
importancia despierta cuando se les atraviesa en el trayecto a un prójimo cualquiera, son
dueñas de la vía, tanto que ver una vaca en la zona comercial de Maicao en la
actualidad hace parte del rutinario mobiliario público.
A ellas nadie las
molesta, deambulan junto a las enconadas chazas de las aceras, se abren paso
entre ansiosas carretillas, que esperan ser contratadas para llevar aunque sea
una pequeña carga y ganarse unos pesos que sirvan para salvar el día; caminan
orilladas como si escaparan a la furia de los viejos taxis.
Muy atrás quedan
aquellos afanados compradores al por mayor y turistas, quienes atravesaban de
un lado a otro la zona comercial de la ciudad, tratando de obtener un mejor
precio, ese Maicao, municipio ubicada en la frontera norte de Colombia, era
para muchos la solución a sus problemas económicos o su más normal forma de
sustento.
Allí se fusionaban
los mercaderes, quienes conseguían la mercancía más barata que en el resto del
país y hasta en la misma Venezuela, permitiéndoles llevársela a los lugares de
donde provenían logrando sacar muchas ganancias.
Hoy las multitudes
de compradores se han perdido de las calurosas calles, solo transitan los
semovientes sin ninguna perturbación como verdaderas amas de las vías, que abandonan
su corral y regresan a ellos en la noche para dormitar.
Es lo mismo de
mañana o de tarde, el paisaje se repite una y otra vez, poco importa sea un
lunes, un miércoles, o que decir un viernes, de todos modos la imagen cae en
una repetición dando la impresión que es la misma película realizada por un
cineasta, que cansa la vista, y lo peor de esa escena recalcada, es una obligada
continuidad sin esperanza de cambio, pareciendo que el control remoto se perdió
impidiendo cambiar el canal.
Aunque no hay
pastizales cercanos, a ellas poco interés les despierta esa clase de necesidad
para subsistir, porque se adaptaron a una forma de alimentación distinta, que
logran removiendo entre la basura, hasta encontrar algún bocadillo delicioso.
Hace algunos años
despertaban la curiosidad y hasta había quien protestará en la radio o hablando
con fuerte voz, sentando su protesta para que todos lo escuchara ¡El alcalde no
hace nada para que estos animales estén encerrados, donde deben estar!. Hasta algunos
intrépidos se resolvieron a esgrimir la tesis que espantaban a los clientes.
Pero el ganado
vacuno solo produjo pequeñas incomodidades, en aquellas épocas; porque Maicao con
su prolifero comerció se fue agotando, pero la causa fueron otras muy
diferentes, no los causaron las vacas; quedando irrefutable en el asador la
cruda realidad: los mercaderes se perdieron de sus calles, confirmándose en la
actualidad que el temido susto lo provocaron otros peones de bregas, quienes
retiraron a los tan necesarios compradores al por mayor de las arterias de Maicao.
Estas reses en
ocasiones saborean una deliciosa hierba tierna, que nace entre las juntas del
pavimento de calles, carreras y andenes, recibiendo un grandioso manjar que les
produce una incomparable e irrefutable momentánea felicidad.
Pero quienes
perdieron su entusiasmo, son los libaneses, riohacheros, uribieros y los mismos
maicaeros ante tan desolador panorama. Al esfumarse los compradores, las vacas
son el menor de los problemas, quedando en el devenir cotidiano la perdida en
algunos momentos de la concebida fuerza para espantar a los rumiantes, quienes
siguen con su pasividad recorriendo todo el espacio público desocupado.
Escrito por: Wilfrido Vargas Niño
Fotos: Franklin De los Ríos
mayo 2014
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