Se le atribuye a Einstein la frase de que si uno sigue
haciendo lo mismo no puede esperar resultados diferentes. De su autoría o no,
parece generar un acuerdo el que es una sentencia bastante práctica para ser
aplicada en la vida diaria, particular o colectiva.
Es en efecto una forma de avanzar en los análisis que se
hacen para adquirir disciplina, enfoque constructivo y sobre todo evaluación de
lo transcurrido con miras a mejorar a partir del cambio. Puede decirse también,
sin esperar muchas controversias, que la generación de bienestar personal y
social debe tamizarse por esta afirmación maravillosa que debería enseñarse en
todos los colegios y universidades, como máxima de orientación vital.
Démosle uso local. Poco cambio vemos al contrastar La
Guajira de finales de los noventa con la de hoy en día; parece como si nos resistiéramos
a entrar al siglo XXI, como si una inercia perversa nos halara, más que nos
frenara, para impedir que las soluciones aparezcan como fruto de decisiones de
gobiernos, tanto nacional, regional y local. Tampoco puede uno esperar debate
serio que nos haga dudar de esta otra afirmación, salvo las consabidas defensas
de los actores políticos clave de estos veinte años de desastre administrativo
peninsular, pues no hay estadística que apoye sus defensas.
Vale la pena repasar los elementos sobre los cuales la
persistencia en el actuar nos conduce a seguir fallando en llevar bienestar y
justicia al pueblo guajiro.
En primer lugar, la costumbre inveterada de culpar al
gobierno nacional cada vez que algo no se hace bien a nivel regional, para
desviar la atención de los desmanes y desórdenes administrativos propios.
Independientemente de la displicencia y desatención del estado colombiano para
con las comunidades wayuu, el flujo de recursos que han tenido los presupuestos
regionales ha sido inmenso y suficiente para habernos puesto a avanzar en los
procesos de mejoría social que requerimos. Pero no salimos de los últimos
lugares en todo tipo de indicadores de gestión pública, al igual que en
desempleo, servicios públicos, ausencia de fomento de oportunidades de
generación de capital y riqueza, nos condenan a un presente de ignominia.
Cualquier balance entre necesidades y recursos disponibles de estos lustros
favorecería al avance social.
En segundo lugar, corresponde a la Nación categoría similar de baja calidad en servicios, en su rol de suprema directora de la orientación de obras y asistencia a los más necesitados del departamento; se precia de contar con una etnia altiva y de costumbres valiosas, pero no hace el menor esfuerzo por atender los mandatos que impuso la Corte Constitucional en su conocida sentencia T-302/17 para sacar de la inanición y desnutrición a la niñez indígena. Riegan apenas unos baldes de agua en algunas zonas, pero ni siquiera garantizan un manejo estructurado de administración que permita que se aumente la cobertura y se garantice su permanencia en el tiempo.
Y en honroso tercer lugar, aparece esa vocación electoral de volcarse alrededor de unos nombres que no han logrado superar la barrera de las expectativas creadas por sus discursos. El populismo ha cundido en La Guajira: copiosas votaciones que han llevado al poder a quienes generaron grandes movimientos de afecto, de camaradería, de compadrazgo, muy nuestros para la vida diaria, pero que no son garantía de eficacia en la consecución de resultados de equidad y bienestar social. El último caso es el más patético: preparación académica impregnada de la brea de vicios y viejas prácticas, y que condujo al traste al gigantesco electorado que apoyó el “cambio” que nunca se vio. La verdad, tampoco lo esperaba.
Y es aquí en donde estamos urgidos de aplicar el aforismo
de Einstein: Vamos a cambiar de condición y bienestar eligiendo con base en las
mismas razones del pasado? Avanzaremos aplicando los mismos criterios para
votar? No todo en realidad es atribuible al elector, puesto que lo nefasto por
antonomasia son los mecanismos de derroche de gastos en campaña que hipotecan
el poder, y que son de aplicabilidad generalizada, debo reconocerlo, pero es en
La Guajira donde más nos afecta el engaño y la trinca ilegítima.
Leo con detenimiento las propuestas para planear el
futuro de La Guajira, interesantes todas, algunas repetidas históricamente, y
encalladas en la trampa nefasta de la politiquería y la falta de ética social.
Para que puedan ser realidad mañana, tenemos que resolver el hoy.
Termino con el ruego a la comunidad para que demos uso en
el mejor modo democrático al sentir sabio del genio de la física y el
pensamiento de no repetir lo mismo, por qué no tendremos resultados diferentes
ni tampoco a quien reclamar.
escribió: Nelson R. Amaya Correa
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